21 de octubre de 2010

A hard day's night.

Me duelen los huesos. He pasado 11 horas fuera de casa. He visto el sol, he visto llover y el humo de un cigarro tapar la parte más alta de la catedral que asoma por encima de un edificio antiguo que da a la plaza de en frente de la facultad. Es el sitio más tranquilo que conozco. El día ha dado para mucho. Me gusta caminar helado de frío hacia el centro de la ciudad cargado de papel ocupado. Cruzar la gran puerta de madera de la facultad me da calma. Se respira tranquilidad, se palpa el silencio, se intuyen las pisadas. Los pasillos son infinitos y las aulas son el polo norte reducido a unos metros cuadrados. Me gusta salir a fumar sentado a la puerta del edificio en algún rato libre. Me gusta esta gente. Me siento relativamente bien. Coincido con un profesor que también sale con su paquete de tabaco a apurar el tiempo. Charlamos hasta que se consumen nuestros cigarrillos. Vuelvo a entrar. Me observan el esqueleto del laboratorio con una mirada excesivamente vacía. Entre clases y tiempos muertos se va terminando el día. En el autobús de vuelta a casa un hombrecillo de traje me cuenta cosas que no me interesan y critica al Gobierno. Camino muerto de frío a casa. Abro la puerta y siento un calor inconfundible cuando aún no he entrado. Me encanta ese momento. Dejo la cartera, me quito el abrigo.Estoy cansado. Me siento en el sofá y me doy cuenta de que al fin y al cabo no he pensado tanto en ti.

Sean moderadamente felices. Mucho no, que se acostumbran.   

Eduardo Rubio desde la noche de la ciudad.

4 de octubre de 2010

Un buen día.

Dan las 4. Acabo de terminar de comer y estoy sentado en el sofá. Mientras, ya se cuece el plan de esta tarde. Ellos deciden la hora. Inevitablemente llegaré tarde. Hago tiempo, camino por aquí, escupo cuatro palabras con la guitarra, no me gustan. Pongo música, es momento de rock&roll. Suele sonar Pereza. Vestido de ansiedad me meto en la ducha. Sigue sonando música y me siento bien. Canto bajo el agua caliente. Alguien que contaba con mi descuido ha repuesto el champú. Sólo cuando ya no se puede respirar salgo de la ducha y acaricio el espejo del bajo para poder verme la cara. Dejando las huellas húmedas en el suelo es el momento de abrir el armario. Mientras, rezo para que salte una de Harrison en el aleatorio. Sí, hoy va a ser un buen día. Pantalón pitillo. Es otoño, el frío ya no perdona. Abrigo negro y algo al cuello. Salgo corriendo de casa: dinero, llaves y mechero. Pierdo el autobús. Efectivamente, voy a llegar tarde. Paso por el estanco de camino al lugar donde he pasado gran parte de los mejores momentos de mi vida. Mesas negras, cuadros horribles en las paredes y mucho calor, pero me siento como en casa. Cuando ya han caído los primeros litros dejamos las sillas vacías y hacemos tiempo. Automáticamente enciendo un cigarro al salir por la puerta. Joder, ¡hace frío! A las 11 saludo y pido el Brugal de siempre mientras aún no hay nadie. Conversaciones, rock, buenos amigos... Poco a poco va llegando más y más gente conocida. Con suerte se pasará Alberto por aquí. Sí, aparece. Hablamos y bebemos como hermanos. La 1 y algo. Ya empieza a dar igual la hora. Es el momento de ponerse triste, sentarse en el sofá de piel y dejar pasar un rato agradable. Me aburro y la nostalgia ya se está alargando demasiado. Siempre se despide alguien. Subimos la cuesta de siempre, abrimos un par de puertas consecutivas y comienzan las canciones de siempre. Se me ilumina la cara y sin preguntar pido dos Mahou. Se la ofrezco a un buen amigo cogiéndole por el hombro. El tiempo en ese lugar corre diferente. Ni más rapido ni más despacio. Esperamos a que suene "Un buen día", ya podemos irnos tranquilos. Una noche planetaria más. Nadamos entre gente para salir un par de cervezas después. Pasamos por un lugar sucio y  oscuro, pero con encanto. Está el de siempre con la música que me gusta. Le saludo al entrar. Ya es tarde. Bajamos la cuesta. La hora definitivamente no importa. Me despido en la esquina de las madrugadas y camino fumando solo hasta que pago 6 euros por que alguien atraviese las venas de la ciudad en 10 minutos. Ha sido un buen día.

Este es el resultado de mil noches planetarias. Sean moderadamente felices. Mucho no, que se acostumbran.     Eduardo Rubio Pomar